Conversores Digital/Analógico (DACs)
Micromega MyDac
Nuforce uDAC 5
TEAC UD-H01
Bladelius USB DAC
Music Hall DAC 25.3
Rotel RDD-1580
Musical Fidelity MX-DAC
Parasound Zdac v.2
Pioneer U-05
Audiolab M-DAC
Marantz HD-DAC1 + Final Audio Pandora IV
Marantz HD-DAC1 + Final Audio Pandora VI
Musical Fidelity M6s DAC
MOON 280D
Copland DAC 215
Simaudio Moon 260 D + DAC Neo
Simaudio Moon Ace Neo
Simaudio Moon 280D Mind 2
Audio Research DAC 9
La inmensa mayoría de convertidores D/A (DACs) utilizados en audio de alta calidad son modelos de precisión específicamente diseñados para esta aplicación concreta por Wolfson, Crystal Semiconductor, Analog Devices, Burr-Brown/Texas Instruments y Asahi Kasei. Todos ellos son capaces de manejar palabras digitales de 24 bits muestreadas a 192 kHz, lo que significa que están en condiciones de reproducir cualquier grabación con calidad “Studio Master”. Más aún, la japonesa Asahi Kasei comercializa incluso “chips” con arquitectura de 32 bits, solución que por un lado permite trabajar con posibles cuantificaciones de audio de resolución ultra-alta que puedan aparecer en el futuro y, por otro, reproducir con mayor precisión las señales con cuantificación a 24 bits. Por otro lado, es importante saber que estos “chips” son relativamente baratos, por lo que podemos encontrarlos tanto en procesadores digitales básicos como de referencia.
El segundo punto a tratar es el filtro digital, una etapa fundamental en todo procesador digital de audio. Y es que, sea cual sea el tipo de convertidor D/A utilizado, la salida del mismo está constituida por una serie de tensiones que constituyen una forma de onda escalonada. Los flancos de los peldaños contienen frecuencias altas que no estaban presentes en la señal acústica de entrada original. Para recrear adecuadamente la señal original, estas frecuencias altas deben ser eliminadas con un filtro analógico paso bajo de salida. Los primeros lectores de discos compactos utilizaban los denominados “filtros de pared” (“brickwall filters”) o pendiente abrupta para llevar a cabo esta tarea. Sin embargo, estos filtros son caros, físicamente grandes y añaden distorsión a la señal, por lo que hace ya muchos años que fueron reemplazados por soluciones más elegantes, siendo las más sofisticadas las basadas en software. Los filtros digitales “aceleran” el convertidor y alejan el “ruido de cuantificación” residual del espectro musical, permitiendo de este modo el empleo de filtros analógicos menos radicales que impongan los desfases y los niveles de distorsión característicos de los antiguos diseños “de pared”. El concepto más importante con el que hay que quedarse es que el filtro digital influye directamente en la calidad del sonido final, lo que ha llevado a diseñar procesadores digitales de audio que permiten introducir sutiles modificaciones en la pertinente circuitería para que el usuario afine, seleccionando entre varias curvas de respuesta prefijadas (basadas en combinaciones de filtros), el sonido final de los mismos.
El tercer elemento, el reloj de sincronismo, tiene una presencia creciente en audio digital pese a su condición de elemento habitual en todo circuito digital. ¿Por qué? Por el “jitter”, una deriva en el sincronismo que tiene como consecuencia directa un empeoramiento del sonido. Hay que pensar que, en audio digital, sobre todo si es de alta resolución (en realidad, de resolución igual o superior a la de un CD), los “trenes” de datos digitales, es decir, de unos y ceros “lógicos”, se suceden a una velocidad muy elevada, y que dichos trenes deben pasar por varias etapas. Pues bien: el elemento que “pone orden” en esa “orquesta” que son los millones y millones de dígitos que conforman la señal musical es el reloj de sincronismo, alias “reloj de sincronismo maestro” o “master clock” y por regla general materializado en un oscilador de cristal de cuarzo. Por lógica, cuanto más preciso sea el citado reloj, más perfecta será la cadencia de los datos de audio y mejor la calidad sonora, aunque hay soluciones alternativas, como, por ejemplo, el uso de etapas intermedias que almacenan los datos correspondientes a un intervalo concreto de música para resincronizarlos a la salida de la misma con un reloj de mayor precisión. Al ser una deriva “cronológica”, el “jitter” se mide en unidades de tiempo, concretamente en pico segundos (1 picosegundos es una billonésima –o millonésima de millonésima- de segundo) y, como cabe esperar, el Santo Grial de los diseñadores de procesadores digitales de audio es lograr que dicha cifra sea cero o casi.
El “cuarto elemento” a considerar es un clásico en todo componente de audio: el subsistema de alimentación. Clásico y absolutamente esencial porque de nada nos servirá tener la circuitería digital más sofisticada del universo para reproducir los matices más sutiles de la música si los circuitos encargados de alimentarlos son de baja calidad, es decir, que la señal que suministran es poco estable y/o ruidosa. Por lo tanto, cuanto mejores sean los transformadores, diodos, condensadores y transistores empleados en el bloque de alimentación, más limpia, generosa (léase desahogada y por tanto susceptible de satisfacer cualquier demanda de energía instantánea) será la señal que recibirán los convertidores D/A, filtros digitales, etapa de salida, etc. y mejor será el sonido final. Si además tenemos líneas de alimentación separadas (a ser posible con su propio transformador) para cada subsistema clave, mejor que mejor. Esto nos conecta con la etapa de salida analógica, que es la encargada de enviar a nuestro equipo de sonido la señal de audio ya convertida en analógica. De nuevo, si los componentes activos y pasivos involucrados son de alta calidad, el sonido será superior.
Tenemos luego los circuitos de remuestreo, cuya presencia en los procesadores digitales de audio de última generación es generalizada. Lo que hacen dichos circuitos es, mediante “trampas” matemáticas varias, incrementar la resolución de la señal digital que les es suministrada con el fin de mejorar la calidad sonora de la misma. ¿Vale la pena el invento? Pues sí si está bien ejecutado, lo que significa disponer de potencia de cálculo por un lado y algoritmos “inteligentes” por otro que sean capaces de “predecir” las características de los datos a “crear”. Así, los remuestreadores (“upsamplers” o “resamplers”) aumentan, vía procesado digital de señal (DSP), la resolución correspondiente a 16 bits de un CD a la equivalente a los 24 bits que pueden manejar los convertidores D/A al uso, pero también incrementar la de 24 bits de una grabación “Studio Master” hasta 36 bits para buscar un no va más que no siempre se percibe con facilidad. En el fondo, sucede como los escaladores de vídeo: si la señal de base es muy mediocre, ni siquiera el mejor remuestreador de la galaxia podrá arreglarla, aunque mejoras palpables sí aportará.
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